miércoles, 10 de enero de 2007

DESDE LA PELUQUERÍA

María Dolores Torres


Querido Maracucho:

No sé si llegarás a leer esta carta algún día. No lo creo, pero uno nunca sabe, porque a veces la distancia que separa lo imposible de lo posible es prácticamente inexistente para nosotras las mujeres.

Hace tres noches tuve un sueño curioso. Pasaba yo por una calle cuando vi una fila interminable de guajiros que venían caminando hacia Caracas para realizar algún tipo de manifestación de esas tan comunes en estos tiempos de crisis bolivariana. Una mujer se acercó a preguntarme si yo podría colaborar con la causa alojando por unos días a tantos guajiros como cupieran en mi casa, sentados en el suelo y recostados de la pared. Yo creo haberle respondido que no, pero de esa parte no me acuerdo.

Esta mañana, mientras me miraba las cutículas acostada en el diván de mi analista, recordé el sueño y se lo conté. Inmediatamente, como suele ocurrir con lo que Freud llamaba asociaciones libres, caí en cuenta, o sencillamente lo inventé para no desperdiciar la hora de análisis, de que aquellos guajiros eran tus espermatozoides.

¿No son ellos los que buscan pegarse a las paredes del “hogar” en busca de alojamiento y comida? Y lo de guajiros… aderezo de la ensalada, mi maracucho querido.

¡Es que no hace falta más que imaginación y creatividad para ser psicoanalista!
En vista de mis aterradoras fantasías, exacerbadas además por la realidad de un retraso ya considerable de mi período menstrual, el buen hombre, un tanto preocupado por mi destino y reputación en riesgo, sugirió en voz baja pero firme que me hiciera una prueba de embarazo.

Yo le expliqué, no tan segura dentro de mí como quizás sonaran mis palabras en el espacio impaciente del consultorio, que eso era materialmente imposible; que siempre (¿siempre?)habíamos utilizado preservativos; que cómo creía él que a mi edad y en mi condición de mujer “honorablemente” casada, con hijos que ya leen, escuchan y entienden, sin ganas de un divorcio culposo ni posibilidad de cuernos perdonados por llevar un hijo ajeno en el horno (porque de mi marido, que ha estado en el exterior desde hace dos meses, no tengo posibilidad de estar embarazada y menos aún de hacérselo creer, por muy poco que lleven los hombres la cuenta del tiempo), iba yo a lanzarme de cabeza a un abismo semejante; que cómo pensaba él que a mí, en mi sano juicio, se me iba a ocurrir acostarme con un hombre también casado y sin intenciones de abandonar a su familia ni posibilidades remotas de mantener a dos simultáneamente aunque quisiese (y sin pretensiones mías de que lo haga porque una cosa es un polvo para resucitar y otra muy diferente es un segundo marido cuando una ya está harta del primero), sin utilizar algún método anticonceptivo de eficacia comprobada; qué cómo se atrevía él siquiera a sospechar que iba yo a arriesgarme al contagio de algo parecido al sida, sífilis, gonorrea o alguna de esas enfermedades venéreas, fatales e imposibles de esconder, dado lo dudoso de tus comportamientos sexuales fuera del matrimonio (sin tomar en cuenta los de tu mujer y los de mi marido, porque del único comportamiento sexual del que uno puede estar seguro es del propio), aún cuando siempre me susurras al oído que yo soy la “única” -además de tu mujer, claro-, que a ti nunca antes te había pasado esto de enamorarte perdidamente de otra mujer que no fuera la tuya -seré tonta, pero no tanto-, a menos que tuviera yo un núcleo suicida inconsciente, etc. Así seguí con unas cuantas mentiras más, no tanto para engañarlo a él, sino para tratar de creérmelo yo misma. Pero todo eso fue de la boca para afuera. Dentro de mí sigue hirviendo la duda, porque en el fondo, desde que te conocí, y me sacaste de mi segura y rutinaria normalidad para sumergirme en la eterna duda del que siente una pasión intensa y descontrolada que lo saca del camino, ni siquiera estoy segura de lo que quiero. Y quizás por eso, en un par de ocasiones, me he hecho la tonta cuando te has dejado los preservativos en el auto y me he “olvidado” de tomar la pastilla alguna noche. Cosas de mujer bruta o loca.

En fin, la verdad es que en ese momento, mientras me despedía del analista para salir directamente al laboratorio clínico, no tenía (ni tengo todavía) la menor idea de si estoy o no gestando un hijo tuyo dentro de mi vientre. Nauseas no tengo y la barriga no me ha crecido, pero cada embarazo es único y eso no prueba nada.

Ahora estoy aquí, escribiéndote desde la peluquería mientras me hacen los pies y me cortan el pelo, tratando de explicarte lo difíciles de entender que somos las mujeres y haciendo tiempo para que el resultado esté listo.

Al salir de aquí iré a recoger la prueba, que va a salir negativa. Pero por si acaso cruzaré los dedos, aún cuando se me haga difícil conducir el auto de esa manera y no pueda explicarle a la señorita que me entregue el papel si llevo los dedos cruzados porque deseo que el examen salga positivo, o si es porque deseo que salga negativo.

Una de las características que tenemos las mujeres es que somos expertas en dar vueltas dentro la cabeza a todas las posibilidades de un evento. Si nos preocupa una cosa, nos preocupa a la vez su opuesto. Si algo nos alegra, también nos entristece. Si deseamos que algo ocurra, también deseamos que sea imposible, ¿me explico? No creo, eres hombre. Nunca podrás comprenderlo, por eso el genio del chiste se tranzó por la autopista a Hawai.

Dentro de un rato, y con el papel en la mano tendré dos posibilidades: ponerme a llorar por estar embarazada sin desearlo y todo lo que vendrá después, o ponerme a llorar por no estar embarazada deseándolo y por todo lo que no vendrá después.

Esa, mi querido maracucho, es la esencia de la mujer, paradoja con piernas. Esencia que me ha hecho vivir un resto de vida posible en pocas horas, mientras decido si aborto o no; si te digo la verdad a ti, padre de la criatura, o no; si le digo la verdad a mi marido, asumiendo las implicaciones de mi confesión, o si trato de tirar la parada diciéndole que es de él, y a lo mejor se lo cree; si crío al muchachito sola, después de abandonar a mi marido o de que él me abandone a mí, para luego presentártelo en la adolescencia; qué nombre le pondré si es niña o si es niño; o al menos si seré capaz de contárselo a una amiga que pueda abrazarme o simplemente reírse conmigo de la tragedia que es la vida.

Quisiera extenderme en el desarrollo de cada una de estas mil ideas, porque lo más interesante del proceso mental femenino son sus diversas ramificaciones y posibles desenlaces. Pero tengo que terminar aquí, pues me toca la manicura. Ahora me dedicaré a escuchar los problemas de la muchacha que me la hace, que deben ser mucho más complejos que los míos, porque además de ser mujer, es pobre y está embarazada.

Cuando sepa si hay algo en concreto, te llamaré o no, eso aún no lo sé.

Te adoro y te detesto,

Maribel

5 comentarios:

La Gata Insomne dijo...

Segundo Intento


Maravilloso!!! Genial, la verdad es que creo que debes mudarte definitivamente a este blog que te pone a trabajar y saca a la relatista, cuentista, narradora o jodedora!!!
De verdad me pareció una descripcción maravillosa de la esencia femenina y me parece que está magistralmente narrado (y no lo digo por lo de ya sabes la sangre....)

Besos

Israel Centeno dijo...

Qué sabroso y bien contado,
saludos.

Guadalupe dijo...

Lola, ¡qué bueno está!
Te felicito de verdá.
Estoy totalmente de acuerdo con la Gata: así somos, y lo lograste expresar muy bien.

G

©Javier Miranda-Luque dijo...

el próximo 27 te quedrás atrapado en el ascensor

Unknown dijo...

Me encantó este relato!!

jajajajaj. Mucho gusto leer este blog ;)