miércoles, 10 de enero de 2007

MISE EN PLACE

Lena Yau



El Señor Detective toma las huellas dactilares del vehículo. Un toyota corolla del 88, color arena, placas XBJ-811. Pide un papel y alguien extiende presto prestísimo una servilleta. Mirada relámpago del Señor Detective a la dueña del vehículo que rebufa, suda, voltea los ojos y esgrime un teléfono móvil que amenaza con usar si no resuelven su caso ipso facto.

El Señor Detective busca detrás de su oreja un lápiz. Repara en su cuerpo mordido y trata de taparlo con los dedos pero entonces repara en sus uñas de luto que diría su madre y se olvida de las muescas del lápiz, lo primero es lo primero, y comienza a tomar notas para escribir el informe del caso, eso sí, escondiendo como puede las uñas de la mirada de la señorita cuya furia va in crescendo.

“Recibido un aviso de la Central nos aproximamos al lugar de los hechos encontrando allí a una señorita quien, hecha un obelisco, zarandeaba al oficial Canache (Cabezadeajo) y gritaba sin ton ni son. Conminamos a la susodicha a soltar al interfecto, a entregar sus documentos y a dejar de vociferar a lo que no accedió hasta que dije so pena de arresto. Soltó al compañero oficial pero no atendió el resto de la orden así tuve que decir desacato y escándalo público para que obedeciera a lo que la autoridad reclamaba, a saber: que entregara sus papeles y que dejara de gritar.

Se procede a interrogar al oficial Canache quien, recuperando el aire, manifiesta que quiere un café y que lo alejen de la señorita. Una vez concedidas sus peticiones dice que sobre las once de la mañana la citada ciudadana pedía auxilio en el medio del parking, que él acudió como es su deber a socorrerla y que sin mediar palabra lo tomó del pescuezo (sic) y comenzó a gritar. Al preguntársele al oficial Canache qué le decía en los gritos dijo que no entendía casi nada, salvo palabras altisonantes que no reproduciré en este informe. Asegura que la presunta daba alaridos en otro idioma y que no era inglés porque él, aunque no sabía hablarlo, lo entendía por las canciones. El oficial cree recordar dos palabras: amanita y cesárea. Luego el interrogado mencionó algo relacionado con un exorcismo. Le dije que eso no tenía que ver con el caso y comenzó a elevar la voz, razón por la cual pronuncié amonestación y/o arresto y cerró la boca. Le hice saber que ya no se necesitaba su presencia, que podía y debía irse al módulo y así lo hizo.

Acto seguido pasé a interrogar a la señorita. Hago constar que la misma responde a las iniciales I.P.M, que tiene 24 años, que es soltera y de este domicilio. Sé que no viene al caso pero el protocolo así lo exige. Quiero agregar que es alta, delgada, blanca, de cabellos negros y nariz aguileña. Esto tampoco viene al caso, ni es por el protocolo. Lo coloco porque siempre había querido escribir algo así. La señorita mostró cierta altanería que pasé por alto dado su estado de nervios aunque le dejé claro que sólo por esta vez y que bajara el tono. El interrogatorio se desarrolló como sigue:

El Señor Detective: Ciudadana, haga el favor de contestar únicamente a las preguntas. Sea concreta. El vehículo no ha sido forzado. No hay vidrios rotos. Los cilindros están intactos. ¿Cuántos juegos de llaves tiene?

I.P.M: Tengo dos. Y aunque no esté forzado sé que han abierto el carro.


El Señor Detective: No quiero repetirle las normas. Cíñase a la pregunta. ¿Quién tiene el otro juego de llaves? ¿Cree que alguien pudo haberlas copiado?

I.P.M: Yo y No.

El Señor Detective: ¿Puede ser más distendida?

I.P.M: Me dijo que me ciñera a la pregunta.

El Señor Detective: ¿Sabe que no colaborarle a la justicia puede ser un delito? Podría pensar que me distrae para que otros cometan hechos punibles. Si tomo en cuenta que usted insultó, habló en un idioma extraño y mencionó palabras como amanita se puede ver en un aprieto.

I.P.M: Escuche, policía…

El Señor Detective: Inspector, señorita, INS-PEC-TOR…la escucho…

I.P.M: Este mes han abierto mi carro cinco veces. Dos de ellas esta semana. No forzaron los cilindros, no rompieron los vidrios, no doblaron las puertas, no reventaron el maletero.

El Señor Detective: Eso ya lo sé. También sé que no hay huellas y que no falta nada de valor.

I.P.M: ¿CÓMO QUE NO FALTA NADA DE VALOR? ¿QUÉ ES VALOR PARA USTED?

El Señor Detective: NO ME CHILLE! Cálmese y recuerde quién es la autoridad aquí. No me obligue a tomar medidas. No le paso una más.

I.P.M: ME CALMO, me calmo.

El Señor Detective: He inspeccionado el vehículo. Están sus discos, su equipo de sonido, las cornetas, la caja de herramientas (gato y triangulo incluidos), las cuatro ruedas y la de repuesto con sus rines , todos los faros, los limpia parabrisa, los retrovisores, la parrilla, la antena y los emblemas. A lo que hay que sumar una chequera, la ropa de la tintorería, cuatro libros, dos cajas de cigarrillos y dos de chicle de menta sin azúcar, el periódico de hoy, una cámara de fotos, una caja de cerveza, tres botellas de vino, un helecho y lo que presumo es la compra del mes. ¿Le falta algo?

I.P.M (gritando y llorando):SI!!! FALTAN LAS AMANITAS CESAREAS!!!!ESO ES LO QUE FALTA HOY!!! Hace cuatro días desapareció la flor sal de Guérande. La pimienta de Sarawak se esfumó en el tercer robo junto a medio kilo de papas Manoske, y tres semanas atrás el aceite Bianacardo…

El Señor Detective: Ajá … ¿Y qué le faltó la primera vez?

I.P.M (hipando): Un tulipán de doce que compré.

El Señor Detective: Recapitulando, no hay daños a la propiedad. No hay constancia de que hayan abierto el vehículo o de que le falte nada, no sé a qué se refiere con amanitas, sarawak, manoske y bianacardo. No hay testigos, no hay huellas, no hay nada que yo pueda hacer. Nadie roba flores o comida pudiendo robar un equipo de sonido. Dentro de su vehículo hay un auténtico botín que no ha sido expoliado. Nada ha sido sustraído. Doy el caso por cerrado”.

El Señor Detective le da la espalda sin despedirse.

La dueña del vehículo resuella y musita insultos apretando la mandíbula. Quiere llamar pero no logra pulsar las teclas. Las manos le tiemblan. Es la tercera vez que marca un número equivocado. Respira profundo y observa al policía pasando sus notas en limpio. Decide no mirar hacia allá, eso la desespera más. Intenta de nuevo: tresnuevesiete cuatrouno cincoseis…dos timbrazos y alguien, al otro lado de la línea, quién sabe dónde, contesta. Ella se lleva la mano al pecho y suspira. Le cuenta a su interlocutor que le volvieron a abrir el corolla. Traga saliva y sigue, suelta palabras que saltan, explotan y restallan como palomitas de maíz. Cuenta que ya no sabe qué hacer, que no le rompieron el vidrio, que fue igual que en las otras ocasiones, un golpe perfecto, que se siente impotente, frustrada, furiosa, humillada, que nadie le hace caso, que el imbécil del policía dice que no hay huellas y que no entiende su desesperación, qué va a entender ese estólido, que esto no es normal, que ni siquiera puede poner una denuncia porque según el incompetente del inspector no falta nada de valor y que está que revienta, que esto en otro país no pasa, que quién la manda a ella. Corta porque ve al Señor Detective venir, con paso firme y servilleta en mano.

-Señorita, no puede ir por la vida denunciando en falso, gritando como loca y ahorcando a policías. Tenga- le dice, le dejo un recuerdito.
Le da la servilleta, mitad sucia, mitad garabateada en lápiz.
-Circule.

Afligida, vencida y estoqueada se sube a su vehículo y se sienta en el asiento del piloto. Saca un espejo de su cartera y comprueba que su aspecto es de miedo: trasojada, enrojecida y desmoñada. Cuenta hasta cincuenta. Piensa en sus chakras. Tiene que abrirlos. Pranayama. Respira alternativamente por los orificios nasales. Tapa con el dedo pulgar una fosa y respira por la otra. Mantiene el aire y exhala. Cambia de orificio y hace lo propio. Comienza a sentirse mejor. Cierra los ojos y trata de visualizar una luz dorada. El brillo áureo invade su cuerpo a partir de su cabeza, escucha a sus órganos trabajando, el corazón latiendo, la sangre fluyendo, los pulmones silbando, el estómago roncando, tengo hambre, no, concéntrate, piensa en la luz, qué belleza, todo inundado en el oro, tan luminoso, tan dúctil, tan fluido, oro líquido, como el aceite que me robaron, maldita sea, sus músculos quieren tensarse de nuevo pero reacciona, respiiiira, relaaaja, cambia el ejercicio, ahora visualiza una ola, agua que brama, tengo sed… focalízate!... crestas azules que increpan, que embisten, que lamen la arena, la ola la empapa, la alivia, inspira profundo, el olor es picante, abre la boca, sabe salado, recuerda la pimienta y la sal birladas, ¿quién será el puñetero ladrón?, ¿sabrá usar la fleur du sel? sus trapecios se contraen por segundos pero ella, rápida, vuelve a cambiar de ejercicio, visualización libre, deja volar su mente, que sea ella la que escoja aquello que la sosiegue, que la apacigüe, un prado verde con pinos como lanzas, y ella, respiiiira, relaaaaja, corriendo libre, la brisa en su cara, los pájaros gorgoritean, las abejas zumban, líquenes que abrazan troncos, setas por millares: amanitas, boletus, níscalos, rebozuelos, senderuelas, pie azul, ¿Cómo habrá cocinado mis amanitas? Quizá salteadas, con mi aceite, con mis papas, con mi sal, con mi pimienta…ojala no las haya recocido, no las haya ahogado en especias, a lo lejos un horizonte de tulipanes la saluda, ¿Por qué a mí? ¿Dónde estará ese grandísimo hijo de la guayaba? La dueña del vehículo abre los ojos de golpe. Piensa que esto es perder el tiempo. Así que enciende su automóvil y se apresta a seguir su camino. Se ajusta el cinturón de seguridad, suelta el freno de mano y baja los seguros. Es cuando ve, de nuevo, la servilleta, reposando burlona en el asiento de al lado. La toma con aprensión, la desdobla y la alisa. Por una cara lee palabras sueltas escritas con lápiz: su matrícula, fecha, hora y día, sus iniciales, su número de permiso para conducir. Está a punto de hacer una bola con el papel y tirarlo pero en lugar de eso le da la vuelta. Allí, dos líneas en trazos negros:

Quiero comerte y no puedo.
Ergo, me como lo que comes.


Rompe la servilleta y la arroja con rabia. Esto es el colmo, piensa, y hunde el acelerador hasta el fondo.

En la cocina de su casa, el Encargado de la Tienda de Ultramarinos tiene todo listo. Los cuchillos alineados, la tabla de madera, el horno precalentado, la sal y la pimienta a un costado. Una mise en place perfecta. Saca las amanitas de la nevera y las lava cuidadosamente. Vierte un chorro de aceite de oliva en la sartén y espera a que chisporrotee para agregar las setas. Mete las papas al horno y se relame pensando en el banquete que se va a dar.

6 comentarios:

Patricia Angulo dijo...

Al fin lo encontré!!!!!

Tenés una forma de relatar muy divertida, me encanta!

-una vez vivi algo igual me robaron y casi la culpable era yo!!-

Aun no sé lo que es una mise en place :(

Besos

mercedes grosso dijo...

Me ha encantado, me ha encantado me ha encantado! guayabas, palomitas de maíz, amanidas y pranayama... que relato mas redondo y mas globalizado!!!!

©Javier Miranda-Luque dijo...

el próximo 27 te quedrás atrapado en el ascensor

La Gata Insomne dijo...

Buenísimo, me pareció genial, el tema, la redacción, los personajes y el final!!! no el final: la nota en el papelito!!!!! Que talento mi niña!!!!
Por cierto yo creo que cuando nací inventaron la palabra "mess", soy como el infierno venezolano, si tengo cuchillo, la sarén está sucia debajo del fregadero. Si hay ajos se acabó la sal!!!
Menos mal que finalmente termino resolviendo.
Me da una envidia horrible cuando veo a los chefs en TV, con todo preparadito en la justa porción: ese es el verdadero momento del "opus" de la alquimia de la cocina.

De verdad te felicito!!!


besos

Jackie dijo...

Ay, MO, por fin pude leer el cuento que publicaste en plena crisis mundial. QUE MARAVILLOSO. No sabes cómo me gustó. Espero poder leerte mucho MÁS, qué placer!!!!!!!!!!!

Guachafitera dijo...

Bravissima cara amica!