DE HERMANOS Y PELUQUERAS
Hay temas que mejor es no tocar. Hay temas que, tácitamente, uno se pone de acuerdo en no mencionar. Cuando uno conoce a los Chang debe estar al tanto de que el corte de cabello, el arte de afeitar, es uno de esos temas que conviene no destapar.
Dicen que los hermanos Chang, cuando apenas superaban la pubertad, compartieron en silencio el amor por una misma mujer. Dicen que ella era de una hermosura que robaba el aliento, que su piel era como la porcelana china y sus manos –esas de dedos largos que se hundían en las negras cabezas de los hermanos- estaban talladas en el más fino marfil.
Sólo ella tenía permiso para afeitar a los Chang. Entraba el mayor primero, se tomaba la mitad de la tarde, salía sumido en el más absoluto ensimismamiento, en una combinación de frescura con melancolía. Pasaba entonces el segundo hermano, se cruzaban sin siquiera intercambiar miradas, y el pequeño de los Chang se quedaba afeitándose con la hermosa peluquera hasta ya entrada la noche. Nadie fue jamás testigo de lo que ocurría allá adentro. Pero son muchos los que aseguran que la frescura y la melancolía de ambos era idéntica una vez salían de allí.
El ritual se repetiría durante una decena de años, al menos una vez por mes. El tiempo para afeitarse era sagrado, no importaba cuán bien o mal fueran los negocios. Sin embargo, se dice que en un ajuste de cuentas, una tarde infeliz que los Chang no se atreven ni a mencionar, alguien decidió cobrarles un asuntillo a los hermanos justo en donde más daño podía hacerles. Parece que utilizó sus propias tijeras, hojillas, corta cutículas. El punto es que de la peluquera no se supo nunca más.
A partir de entonces los Chang no confían en nadie que empuñe navajas y tijeras cerca de sus cabezas. No pisan barberías, no dejan que mano alguna les roce la cara o les toque un solo pelo portando metales filosos. Se cortan el cabello entre ellos. El mayor al menor, el menor al mayor, el mismo día, en secreto. Los resultados son preocupantes, pues los hermanitos saben de muchas cosas y no es poca su sabiduría; pero el arte de afeitar no lo llevan. La barbería no es su fuerte y sus cabezas disparejas son la mayor evidencia. Aunque nadie se atreva a comentarlo. Nunca en voz alta.
Por eso fue nuestra sorpresa cuando nos ordenaron este nuevo negocio. Las reglas claras: una peluquería, sólo mujeres, mujeres con reflejos, desrices, permanentes, mujeres armadas con tijeras y cera ardiente, mujeres que hacen y se hacen manos y pies, mujeres disparándose aire hirviente en la cara con potentes secadores, halándose los pelos por medio de cepillos redondos, que se llenara el espacio con risas femeninas, con charlas de peluquería, donde se descosiera y se armara el mundo con toques de mujer, un reducto sagrado donde la torpeza y la fealdad masculina no tuvieran cabida.
Esta es la peluquería de los hermanos Chang. La única en el mundo en la que ponen un pie, donde se sientan sobre sillas giratorias, sonríen, se dejan acariciar, acomodar el cuello, zafar nudos de pelo enmarañado. El único sitio en el que aún se horrorizan o sorprenden con lo que ven y oyen. El único lugar donde se entregan a esa frescura y esa melancolía que les llenaba las cabezas por dentro y por fuera hace tantos años atrás.
En fin, el único espacio donde se saben a salvo.
José Urriola y Fedosy Santaella (aprendices de barbero).
15 comentarios:
Vengo del blog de Mil Orillas.
Ha valido la pena conoceros. El relato es delicioso.
Un saludo.
Este espacio es algo así como un "ladies night" poderoso. Podríamos invitar a un ginecólogo para hacer papanicolaos gratis.
Sigan así, muchachos. Uds. han hecho un casting de escritoras a quienes hay que pedir que salgan de las sombras y escriban más, eso sí: sin la pavosería del feminismo.
Duro y apocatástasis.
G.M.
Fedosy & José (¿barberos sin Sevilla?): excelente edición blogchangesca con reminiscencias de las "Crónicas ginecológicas" de Elisa Lerner. Como minúsculo homenaje, no puedo dejar de mencionar en este comentario a Andrea, mi estilista capilar del Centro Plaza desde hace ya ¡diecisiete años! Deben ser buen negocio las peluquerías, pues existe al menos una en cada cuadra caraqueña (en San Cristóbal, ignoro por qué, la proporción se triplica).
Abrazo anticaspa, JML.
Biblioteca y peluquería: esa es la clave para tener ideas y cabellos cultivados.
Pues que impúdica peluquería. ¿Cual es la dirección exacta?
Esos hermanos Chang si que son "bravos" de verdad. Me quedó una pregunta en la mente:¿Los "hermanos Chang" tenían el cabello muy largo o la hermosura de estilista con piel de porcelana china y manos de marmol era muy lenta? -lo digo por el tiempo que tardaban- Este es un producto de exportación. ¡que bueno!Felicitaciones José y Fedosy.
José, Fedosy: Esto quedó exquisito hermanos.
Tremenda iniciativa la de este espacio. Para un futuro se pudiera hacer algo similar con ñiños y adolescentes, se sorprende uno con lo que escriben.
Estas peluqueras, más que cabellera, dan mucha tela que cortar. A ellas, gracias por esta edición.
A ustedes, un saludo y ojalá que no haya "mueltes".
También vengo "recomendado" por Mil Orillas. ¡Estupendo, hermanos!.
Saludos.
Luego de una investigación a fondo para ver el modo de llegar a este sitio, en buena hora he dado con Los hermanos Chang, recomendados por Mil orillas.
Extraordinario relato.
Un saludo.
Pato, sigue bajando, en este blog hay más, mucho más, y no es de una sola persona, no es un relato, son varios autores, varios relatos. Esto es un pasquín.
Saludos y gracias por la visita.
Otra que llega del blog de mil orillas
muy muy muy bueno
buenisimo
sigo leyendo el pasquin :)
un beso!
En esta peluquería, sólo hay mujeres.
Que peligro…
Saludos y buenas palabras para este 2007
el próximo 27 te quedrás atrapado en el ascensor
Vengo por recomendación de Mil Orillas y el relato me pareció muy bueno!
He visitado los otros negocios de los Hermanos Chang y casi que excuso de visitar a nadie más con tanta diversidad!
Espero poder pasar más a menudo! Saludos!
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